"No son mil. Esa es la primera mentira. La segunda es que este libro de David Wapner sea una novela. No. Son miles y todas en forma de fragmentos. Desde el principio el lector está inmerso en el juego de la ficción. Imaginemos un narrador en ala delta. O un videojuego al estilo Simcity. Wapner empuja al lector a una ciudad de veinte mil habitantes, y en ese tránsito fantasmal es testigo de un mundo (esa ciudad, esos personajes), de vidas que se cruzan y cuentan no una sino miles, tantas historias como 'páginas'. Podría hablarse de una 'novela estallada'. Las situaciones
ocurren, una tras otra, a veces tienen continuación, otras veces no; los personajes se presentan con el nombre completo o con alguna característica y nada más. La delicada artesanía de la escritura convierte a cada página/fragmento en una contundente prosa poética. Son fragmentos como esquirlas. Cada uno es parte de una bomba, cada uno es una herida que desarrolla (o casi) la historia de la víctima, del contexto. Son miles de historias que no pueden (o quieren) ser contadas. El arte de la ficción es el arte de la manipulación. La única decisión que Wapner toma es manipular con los desechos, escribir con aquello que podría ser descartado, pero que utiliza y entonces el resultado es esta novela en ebullición, como una ciudad en hora pico donde todos hablan, todos repiten procedimientos, todos tienen una vida monótona, aburrida y a la vez llena de dudas, de movimientos fallidos, de indecisiones, pero donde todo podría estar a punto de cambiar. Las páginas descubren una experiencia física de la lectura. Los fragmentos se suceden y el lector se agita. Situaciones intrascendentes, estados anímicos, diálogos que no dicen nada, o donde uno de los interlocutores no responde.
Uno de los textos dice: 'Es todo tan fácil que, parece, y según Longomani, estamos cayendo en una trampa, no de golpe, sino de forma gradual, de modo que, hasta que nos demos cuenta, disfrutamos como locos'. El libro es la trampa. Cuando el lector intente buscar el hilo de una historia se encontrará con un pozo ciego. Hay personajes y hay historias, pero muchas veces
no se resuelven. Hay un personaje (Augusto Barnes) que podría ser el principal, ¿pero lo es? Allí
aparece la duda, que recorre muchos (por no decir todos) los fragmentos. En un juego de espejos
encontramos que la novela tiene como gran personaje a una ciudad de veinte mil habitantes con
un cerro. Y al narrador que duda que con veinte mil habitantes ya pueda hablarse de ciudad. Y es allí donde los habitantes tienen una vida ordinaria, donde repiten situaciones, y al parecer no les pasa nada al tiempo que les pasa de todo. Así es la vida. Wapner, poeta, dramaturgo, músico y titiritero argentino que reside en Israel, ha logrado hacer estallar la novela y no morir. Habrá que celebrarlo."
Federico Levín, texto leído en la presentación del libro:
Mil páginas.
La doctora Blister está parada en el año 2113 en un cuarto que es blanco como un laboratorio. Sostiene en una de sus manos un frasco de vidrio con un líquido verde fosforescente. Y dice:
en la disciplina de la ciencia
nombrada literatura
los experimentos se realizan
sólo con humanos.
Acerca el frasco a su boca y apura el trago de absenta,
simultáneamente, en el 2007, un joven sentado en el banco de una plaza lee una novela de mil páginas. (Click para texto completo)
Mariano Dupont, en Inrrockuptibles, mayo de 2007: "En pedacitos. En Una novela de mil páginas, el poeta y narrador argentino David Wapner –radicado en Israel desde hace varios años– construye una historia a partir de los fragmentos de una realidad múltiple y alucinada.
Mardablogues.zoomblog.com. Es la página de David Wapner. Entramos. Seguimos sus bifurcaciones y, al poco tiempo, nos perdemos. ¿Por qué? En primer lugar, porque Wapner, que nació en Buenos Aires en 1958, pero desde hace varios años reside en Israel, hizo (y hace) de todo. Recorrer su blog –y los enlaces que nos ofrece– es adentrarse en una suerte de selva proliferante y excéntrica, compuesta, entre otras cosas, por poemas, textos de toda índole, música y cortos de animación. Así, transitar Mardagobio Blogo –transitar, o sea, el “método” Wapner– es como zambullirse de cabeza en un fractal (o como leer una extensa y extraña novela de aventuras cuyo final parece postergarse indefinidamente). La segunda causa del extravío está en lo que hallamos en esa deriva. “Experimentales”, sí, es el mote que podríamos adosarles a los trabajos de Wapner. O “raros”. No es fácil asirlos, leerlos. Si hubiera que buscarles una familia, esa familia sería, por supuesto, disfuncional. Entre los padres, las vanguardias –las de comienzo de siglo veinte y las otras–, Raymond Queneau, Georges Perec y los escritores de OuLiPo, John Cage, Héctor Libertella, etc. Entre los hermanos, Ezequiel Alemian y Sebastián Bianchi.
De ahí que la primera pregunta que surge ante un libro como Una novela de mil páginas –una bola sin manija– sea: ¿por dónde se lo agarra? “Pero es un misterio, y me rompo la cabeza, y no me sale, no logro juntar las piezas de este aparato desarmado y disperso, no puedo armar en mi cabeza un circuito formado de casualidades, entretejido por hilos que de sólo mirarse producen chispas, y eso no alcanza”, dice uno de los fragmentos (una de las “páginas”) de Una novela, cifrando oblicuamente lo que un hipotético lector podría llegar a sentir ante este libro-ovni. Y sí: al menos al comienzo, las piezas-páginas de la “novela” de Wapner (“un aparato desarmado y disperso”) son imposibles de juntar; es imposible armar en la cabeza –habituada, como sabemos, a las producciones codificadas y lineales de sentido– este “circuito armado de casualidades”. Escenas casuales, cotidianas, azarosas, recortadas en toda su abstracción e hilvanadas según un mecanismo que parece regirse por las sinapsis disparatadas del cerebro de un loco. Voces que, como dice Leónidas Lamborghini en el posfacio del libro, “nos llegan como desde las celdas de un manicomio”; voces truncas inmersas en fragmentos truncos que a su vez remiten a una realidad trunca. Wapner: “Cada página es una posibilidad de desarrollo de algo que, si continúa, si se concreta, o se disuelve, no lo sabemos. Eso es, de algún modo, una ciudad, y este libro es algo parecido a una ciudad. Calles, pasajes, pasillos, cables, cloacas, líneas tendidas en el aire”. En la “página” 155 leemos: “O es un pez, o va en camino de serlo. Pero no quiero perder tiempo, déme ya el garfio. La pasta, también. Cordel, manopla, resina, todo. Yo me voy con gorro. Tengo también un frasco bastante grande, también lo llevo. Y el papel de Fabriche, por supuesto”. ¿A qué escena insólita pertenecen esas palabras? ¿A qué mundo alude una conversación en la que pululan como al descuido, con toda “naturalidad”, palabras como “pez”, “garfio”, “cordel”, “manopla” o “papel de Fabriche”? Porque todo queda ahí, como prensado, nada se aclara. Lejos de dar alguna pista, la “página” siguiente arranca con otra cosa, despliega otro recorte delirante e inventa un mundo nuevo que, como los anteriores, nunca llega a clausurarse. Cada tanto, es cierto, algunos nombres y paisajes se reiteran, como si se quisiera dar la apariencia de que en el fondo, por más que no la veamos, hay una historia que, secretamente, vertebra a toda la novela. Pero no: a medida que avanzamos en la lectura comprobamos que esas reiteraciones no ayudan a la construcción de una trama; no son otra cosa que engañapichangas, pequeños leitmotivs sin función narrativa que parecen haber quedado ahí, dispersos en el texto, gratuitamente, a raíz de los sacudones impensados que, en el camino, ha dado la novela. “La trama de la novela es óptica”, dice Wapner explicando su experimento, “porque la totalidad sólo es posible visualizarla desde una distancia equis, o, con más propiedad, desde una distancia y un sitio situados en un punto de evocación, en la memoria, o en un cruce entre memoria e imaginación. Desde este punto hipotético es posible oír las mezclas de los ‘tracks’ en donde se han grabado cada una de las acciones autónomas que circulan por el libro, o canales de luz, en frecuencias diferentes, retomando la analogía óptica, tantas como se puedan, de acuerdo a la capacidad de evocación.” De la capacidad de evocación de cada lector, entonces, dependerán las historias que se “oigan”. Porque detrás de su aparente desconexión, de su aparente ausencia de argumento, Una novela de mil páginas narra mil historias (una por cada “página”) que el lector puede construir y estirar a su antojo. De hecho, siguiendo un procedimiento que Wapner llama “extremaficción”, el libro, recogiendo a su paso la mayor cantidad posible de escenas “insignificantes”, estira y expande el campo de lo representable hasta la irrisión. “Es como si ‘estirásemos’ el campo de la ficción, lo hacemos de goma, de modo de atrapar dentro de él la mayor cantidad representable posible, cualquiera sea su origen, ficticio, o ficcional, o ‘verdadero’. No sé si lo logro, pero ese esfuerzo es lo que llamo ‘extremaficción’.” El humor que surge de esto, sin embargo, nunca es obvio ni lineal. Antes bien, los microrrelatos de Una novela están permeados sistemáticamente por una comicidad enrarecida, por una jocosidad desdibujada y torcida: “Run, run, run. ¡Qué bien anda! ¡Braam! Choca, vuelca: vuelve a andar. El martillo, pam: al taller. Páfate, se rompió el eje, le pongo un palito. Bruu, crac, paf, paf: el motor no funciona. Porquería de coche, catramina, cachivache. Me cansé. A comer un pan”. Precisamente, del humor descentrado y absurdo de esas escenas en miniatura proviene la belleza de esta extraordinaria novela."
Fernando Molle, en Diario Perfil, 13-5-07: "David Wapner no debería necesitar presentación. Poeta, músico, narrador, titiritero, escultor, viene moviendo la coctelera poética porteña desde principios de los ochenta, siendo un precedente secreto y no siempre reconocido de la llamada “poesía joven de los 90”. Además, es un prolífico autor de literatura infantil. Reside en Israel desde 1998, distancia que catalizó uno de los proyectos pioneros y más consistentes de la literatura en la web, el Correo Extremaficción (http: // extremaficcion.zoomblog.com). Y de eso hablamos: de una ficción extrema. Una novela de mil páginas es una experiencia límite, que dialoga con muy pocas obras contemporáneas (quizás, con las micronarraciones de Ezequiel Alemián, quien supo escribir a cuatro manos con Wapner). Dinamitadas desde tiempos inmemoriales las preceptivas de la narrativa clásica, todavia es posible narrar sin repetir la novela o el cuento de siempre, todavía es posible intentar un paso más hacia lo desconocido. Uno de estos pasos es este libro extraordinario."
Entrevista de Silvina Friera en Página 12: "Vivimos en Beer-Sheva, capital del desierto del Neguev, hasta el año 2005, en el cual nos mudamos a Bat-Yam, a orillas del Mediterráneo, y aquí estamos hasta ahora. El principal efecto de la distancia en mi literatura es la pérdida del contacto directo con la oralidad de mis contemporáneos argentinos, lo cual no es ni negativo ni positivo. Durante varios años me negué a la posibilidad de escuchar radios argentinas por Internet, luego vino una época en la cual cedí, pero hace tiempo que no oigo más. No me es necesaria la oralidad, no perdida, sino diferida en el tiempo; lo que sí extraño es a los amigos, a mi familia, y al contacto de primera mano con la obra de mis contemporáneos; ni el e-mail, ni la Internet lo pueden reemplazar. Me preguntás por las lenguas: soy bilingüe, pero soy un escritor argentino, mi lengua literaria es el castellano, y en mi casa hablamos sólo castellano. Del hebreo, traduzco. Y hace ruido dentro de mí. Mis vecinos provienen, en su mayoría, de una entidad nacional que ya no existe, la Unión Soviética. Yo hubiera querido decir, en lugar de la frase anterior, “resisim anoshiím shel mediná sheitmotet”: mi mente habla una lengua ampliada: más de una vez se producen estos conflictos de competencia, eso es lo que más me gusta de vivir en otra lengua."
Daniel Link: "El último paquete que recibí, no anunciado, incluía Una novela de mil páginas de David Wapner (Buenos Aires, Siesta, 2007, 352 págs., ISBN 978-9348-32-1), un texto de 336 páginas, 89 capítulos y 1.000 fragmentos presentados como si resumieran páginas diferentes de un libro hipotético, utópico, total (o como si fueran esas páginas, o como si pudieran ser eso las páginas de una novela, o como si…). En la contratapa, Leónidas Lamborghini confiesa que, cuando le pidieron un prólogo, 'no sabía que me iba a encontrar con un libro genial'.
No soy yo quien para dictaminar que Leónidas Lamborghini no se equivoca, pero me atrevo a decir que Leónidas Lamborghini no se equivoca: 'La época aguardaba que este libro fuera escrito'."
Alejandro Rubio, sobre Tragacomedias y sacrificciones, en poesia.com: "Tragacomedias y sacrificciones es un carro artillado lanzado contra el estado de las cosas en la literatura argentino y el libro más radical de la última década. (...)
¿A qué idea de la literatura refuta frontalmente este libro?
Digamos -y estoy pensando en símbolos más que en personas- a la de Pablo De Santis y Delfina Muschietti, a una narrativa que todavía pretende hacer un uso alto de los géneros y a una poesía que practica una arqueología diluyente sobre los restos de la vanguardia. A esto Wapner responde con una variedad formal y una falta de complejos como se ven poco. ¿Y por qué es el libro más radical de la última década? Porque los mejores poetas del 90 -Gambarotta, Durand, Casas, la lista puede reducirse o ampliarse a gusto y el concepto se mantendrá- a pesar de su espíritu crítico todavía no han podido desprenderse del todo de la sombra de sus antecesores, todavía tienen que discutir su lugar con ellos, llámense Gianuzzi, Saer, Eliot, la poesía norteamericana en general. Wapner, en cambio, sabe que toda herencia se dilapida y toda filiación es una comedia de enredos. Su relación con los precedentes literarios es tan desfachatada y ligera como su relación con sus objetos. En esto el único que le sigue los pasos, por su voluntad latinoamericanista que cuestiona tanto el localismo como nuestras relaciones carnales artísticas con el Primer Mundo, es Santiago Vega; pero Vega provoca apologías y rechazos tan inmediatos como irreflexivos y, de última, inocuos. Wapner no (o espero que no): su libro está hecho para turbar a propios y extraños. Cuando parecía que no era posible ningún frisson nouveau y que estabamos condenados a leer a y sobre Mattoni ad nauseaum, Wapner se
levanta y abre la ventana. ¿Y ahora qué hacemos?"
Quintín, en La lectora provisoria, sobre Interland y Mardablogues: "Mardablogues puede pensarse, entre muchas cosas, como una parábola sobre la derrota de un movimiento aluvional y también sobre cierto estado de la literatura argentina. Hay ecos lamborghinianos en el poema (que me cuesta mucho leer, debo confesarlo) y resulta que Leónidas Lamborghini es el autor del posfacio de Una novela de mil páginas. (...)
Pero el desencanto de Wapner aparece claramente en Interland en la historia del personaje que renunció al “Movimiento de Exaltación”, que creía que “hasta la más minúscula partícula de nuestra tierra roja era una creación suprema, imposible de igualar”. Ese hombre se ha quedado solo, pero sospecha que hay algo muy peligroso en Interland y que “hay cosas más allá, pero algo nos impide conocerlas; no sé por qué, pero eso es lo que nos hace solitarios.”
Me gustaría leer en lo anterior la renuncia a ciertas creencias casi nacionalistas de nuestra autorreferente comunidad literaria. Pero apenas he espiado la obra de Wapner en esta tarde y sería ir demasiado lejos. De todos modos, me gustaría terminar transcribiendo una frase de sus mails sobre Una novela de mil páginas."
“Para aquellos que están allí, apiñados en la misma tierra, es muy difícil concebir que un libro grosso de la literatura argentina pueda venir desde un país tan lejano y puesto en discusión como es Israel.”
Pablo Valle, en valleyoftears.blogspot.com: "Desde el título, es tentador seguir la isotopía de la autorreferencialidad, según el canon actual, aparentemente ineludible, de que todo texto literario habla (debe hablar) de la literatura en general y de sí mismo en particular (un mismo movimiento en espejo, puesta en abismo, etc.)." (sigue acá)
Entrevista de Juan Terranova:
"¿Qué pasaba en la política argentina en ese momento?
Un antivizcachismo acérrimo, "nunca te hagás amigo del juez, aunque te vaya para el culo", signó mi conducta desde que recuerdo; conozco el precio del sometimiento a este principio, y no me quejo. Pero me quejo: las cosas me habrían sido más fáciles, el correr la coneja tantos años va dejando marcas. Ana (mi esposa, la artista Ana Camusso) es, en eso, bastante parecida a mí, y fue así que hace diez años nos sentimos muy cansados y decidimos irnos al único país posible para nosotros: pasajes pagos, subsidios durante un tiempo importante, ciudadanía automática. Llegamos a Israel el 30 de abril. Fuimos, en ese momento, adelantados, vanguardia a nuestro pesar, de la desbandada argentina de víctimas del menemismo.
La diferencia con los que vinieron después es que nosotros no habíamos perdido el dinero de nuestra cuenta bancaria, ni propiedades, ni quebrado en el comercio, nosotros no teníamos nadad de nada, salvo libros, carpetas, e instrumentos de trabajo." (sigue acá)
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